Mis deslumbradas miradas bañábanse en la transparente irradiación de los rayos solares; olvidéme de mi propia persona y del lugar en que me encontraba para vivir la vida de los trasgos o de los silfos, imaginarios habitantes de la mitología escandinava; embriaguéme con las voluptuosidades de las alturas, sin acordarme de los abismos en que dentro de poco me sumergiría mi destino