Yo estaba en el patio, jugando con un cordero recién nacido que Santos Villero me había llevado en brazos desde Fonseca, cuando llegó corriendo la tía Mama y me avisó con un grito que me pareció de espanto: -¡Vino tu mamá¡ Me llevó casi a rastras hasta la sala, donde todas las mujeres de la casa y algunas vecinas estaban sentadas como en un velorio en sillas alineadas contra las paredes